Ilustración para el cuento El niño limpiabotas. Año 2016.
EL
NIÑO LIMPIABOTAS
“Vengo como un niño Acturiano y tenemos un antiguo don
de decir lo que se necesita para ayudar a otros a que sepan que son luz y que
son capaces de crear con su propia luz”.
Los Niños Acturianos.
"Abrigado
desde los pies hasta la cabeza por el intenso frío y la humedad, que traspasaba
las paredes de su hogar, Pedro se levantaba muy temprano de la cama para salir
a trabajar. Él era un niño de ocho años, el menor de tres hermanos, de contextura
delgada, con pequeñas manos. Vivía con su mamá, Aurora, y hermanos, su padre
había fallecido de pulmonía. En la ciudad, trabajaba como limpiabotas desde
hacía un año, su caja de herramientas contenía los elementos necesarios para un
buen lustre: cepillos, latas de betún, limpiadores de gamuza, nobuk y una franela azul."
En pleno
otoño, la ciudad amaneció solitaria y gris, rodeada de casas con grandes balcones
moriscos tallados en madera con fachadas de colores vistosos, faroles
encendidos, negocios que abrían con poca gente en la calle. El pequeño
limpiabotas, caminaba observándolo todo irradiando gran energía a cada paso que
daba.
Al llegar
al centro de la plaza, se alzaba una colosal estatua ecuestre de bronce
realizada al héroe de la ciudad, imponente
figura que lo maravillaba e inspiraba. Sentado sobre un banquito de madera, abrigado
con chompa y gorro de lana, que le quedaban algo grande, el limpiabotas frotó
sus manos para darse calor, esperando ansioso, a los clientes.
En el transcurso
de la mañana, Pedro había lustrado varios pares de zapatos, recibiendo buena
paga por ello. Los peatones lo conocían buscándolo para un buen cepillado. En
la plazuela, trabajaban otros cuatro niños limpiabotas como él: Rafa, Mateo,
Lucas y Paco. Llegado el medio día, luego de lustrar decenas de zapatos, todos
se tomaron un descanso para merendar. Pedro sacó el sándwich de palta de su bolso,
e inmediatamente uno de ellos se le acercó, sentándose junto a él.
–¡Invítame
un poco de tu sándwich –pidió Rafa animado.
–
Toma, mi mamá me preparó dos –compartió
Pedro gentilmente.
Rafa era
un niño de doce años de edad, pelirrojo
y corpulento. Su padre lo maltrataba por las noches, cuando llegaba ebrio a la
casa; le daba fuertes palizas por el poco dinero que traía. Su madre le tenía
miedo, no podía hacer nada al respecto. Sin que nadie pudiera evitarlo, el
joven se refugiaba en lo de Edmundo para librarse de sus golpes.
–¡Vamos hoy
a la casa del viejo Edmundo!, ¿qué me dices? –preguntó el joven.
Edmundo
era un viejo canoso, horrible y harapiento, de malas costumbres, que se
dedicaba a robar a la gente. Utilizaba a niños de la calle que no tenían dinero
para comer, ni un lugar donde vivir. Nadie sabía exactamente dónde vivía pues
se ocultaba de la policía que lo buscaba
hacía mucho tiempo.
–No puedo,
tengo que ir a la escuela –contestó
Pedro excusándose.
–Pero,
¿por qué vas a esa escuela a perder el tiempo?, allí no ganas dinero, vamos a
ver a Edmundo, él te pagará si haces lo que él dice. Podrías ayudar a tu madre.
–Ayudo a mi
mamá viniendo aquí desde muy temprano a trabajar. Deseo ir la universidad, por
eso tengo que estudiar mucho, tú podrías venir conmigo, serías un excelente
alumno –lo alentó Pedro.
–La
escuela no es para mí, aprendo más cosas en la calle, esta es mi vida, aquí
gano dinero, no en tu tonta escuela –replicó
Rafa enojado.
Pedro
terminó de comer y se despidió de sus compañeros, corrió a la escuela no sin antes
dejar su caja de herramientas en su casa. En el colegio, el limpiabotas aprendía
nuevas cosas, contento por su progreso, no se perdía ni una sola asignatura.
Algunos
días después, como de costumbre, Pedro salió muy temprano de casa para ir a
trabajar. El invierno entró con mucha fuerza, tanto así, que el viento cortaba
su rostro, se colocó su bufanda verde alrededor del cuello y con paso firme se
dirigió hacia la plaza. Al llegar, encontró a sus amigos reunidos que
murmuraban bajito.
–Hola
chicos, ¿qué está pasando? y Rafa, ¿dónde está? –preguntó
Pedro.
–¿No te
enteraste?, ayer su padre le dio una fuerte golpiza –respondió
Mateo. Seguro que mañana estará bien.
Pedro, sentía
mucha pena por su joven amigo, él era un buen chico, a pesar de sus pilladas y
malas costumbres, no merecía que su padre lo golpeara así.
Al día
siguiente, en la plazoleta, Rafa se acercó a sus compañeros alegremente, como
si nada hubiera pasado. Sorprendidos todos, se quedaron mirando el gran moretón
en su ojo izquierdo. Él era orgulloso y para evitar preguntas, mintió a todos
diciendo que el moretón había sido por una caída. Pero sus amigos, sabían la
verdad, sin decir nada se dispusieron a trabajar. En eso, el joven muchacho,
que no llevaba su caja de lustre, se aproximó a un anciano que caminaba al lado
de ellos. De pronto, se le acercó rápidamente, le quitó su billetera, lo tiró
al piso y huyó velozmente. Pedro que limpiaba unas botas, levantó la mirada, alarmado
corrió a socorrer al abuelo maltrecho, que llamaba a la policía.
–¡Policía,
policía!, ¡me han robado, deténganlo! –gritó el
abuelo.
El
anciano enfurecido agarró a Pedro del brazo con mucha fuerza.
–¡Seguro
que tú estás con él!– protestó
el anciano –¡Ahora no te escaparás y me
devolverán lo que me pertenece!
–¡Señor,
yo sólo limpio zapatos!, ¡por favor, suélteme! –rogó
Pedro.
Minutos
después la policía llegó al lugar del asalto. El abuelo entregó al limpiabotas a
las autoridades, lo subieron al auto policial y lo llevaron a la comisaría para
interrogarlo. Sus compañeros, salieron corriendo a dar aviso a la madre del Pedro.
Los
amigos del limpiabotas arribaron a la casa de doña Aurora y relataron lo ocurrido,
ella al escuchar la historia corrió inmediatamente hacia la comisaría en busca
de su hijo. Al llegar, habló con el oficial y le contó cómo fueron los hechos, ella
tenía testigos que podían corroborarlo, su hijo era inocente. Pedro es liberado
de la comisaría con la condición de ayudar a recuperar la billetera del anciano
y entregar al ladrón.
En casa, Pedro
se sentía preocupado por su amigo, tenía que advertirle que la policía lo
estaba buscando. A media noche y a escondidas, el niño limpiabotas salió de su
casa, él sospechaba que se hallaba en lo del viejo Edmundo y se dirigió hasta
allí.
–Rafa, la
policía te busca. ¿Dónde está la billetera del anciano?, ¡tienes que devolverla!
–reclamó Pedro.
–¡No la
tengo, se la di al viejo Edmundo! –contestó Rafa.
En eso,
se escuchan fuertes ruidos de pasos y golpes, era la policía que entraba a la
fuerza en el domicilio.
–¡Pedro, me
has delatado, eres un traidor! –gritó su
amigo rabioso.
–¡Yo no
les dije nada, me han seguido! –contestó
Pedro sorprendido.
La
policía atrapó al viejo Edmundo, se llevó a Rafa y otros niños a la comisaría. El
limpiabotas entristecido, regresó a su casa a contarle todo a su madre.
La
policía encarceló a Edmundo gracias a Pedro, que sin saberlo, los condujo al
escondite del carterista. Los niños que vivían con él, fueron ubicados con sus
familiares o llevados al reformatorio de la ciudad para recibir ayuda social.
Semanas
después de lo ocurrido, unas personas tocaron la puerta de la casa de Pedro.
Eran del servicio social que venían a hablar con su madre. Luego de una extensa
conversación, los trabajadores ofrecieron a Aurora una prestación económica por
ser el único padre en la familia, esto mejoraría la penosa situación monetaria
por el que atravesaban. También, protegerían a la familia de Rafa, alejando al
padre de ellos hasta que se curara de su adicción al alcohol, recibiendo asistencia
económica y psicológica también.
Luego de
dos semanas de vacaciones, Pedro iniciaba el tercer bimestre de clases en la
escuela. Al llegar, para su sorpresa, vio a Rafa en la entrada del
establecimiento, él no lo había visto desde el incidente policial. Su amigo, que
llevaba una mochila en el hombro, se acercó
tímidamente y le pidió disculpas por lo ocurrido la noche de la redada. El
limpiabotas no lo delató. La policía contó cómo fue que lo encontraron.
–Te
gustará la escuela Rafa, tú eres muy inteligente y aprenderás rápido –palmoteó en
la espalda a su joven amigo.
–¡Claro
que sí! –contestó el joven más animado.
Una
nueva vida comenzaba para Rafa, sería algo difícil al principio, pero así como
a Pedro, llegaría a gustarle el estudio. A pesar de las difíciles circunstancias
por la que los niños atravesaron, al final, la vida les había favorecido, tendrían
un futuro prometedor.
Ambos
amigos se abrazaron y juntos entraron a la escuela a iniciar el bimestre
escolar.
FIN.
FIN.
Karina Bendezú / 2016.
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