Ilustración para el cuento El mensaje de las mariposas. Año 2016.
EL
MENSAJE DE LAS MARIPOSAS
“Vengo a ustedes como un niño Lakura para compartir
que tenemos el amor y la luz para apoyar a todos los seres a encontrar la
energía de la Madre Divina en la vida. Es nuestro sueño de corazón, nutrir y
apoyar a todas las almas”.
                                                                                                                  
Los Niños Lakura.
Los
Meza, se dedicaban a la floricultura a los pies del exuberante valle. Ellos, producían
amarantos, crisantemos, gladiolos, dalias, claveles, rosas, hortensias e
ilusiones. No sólo producían ilusiones: florecillas blanquecinas que crecían
por doquier, sino también, sembraban la ilusión de convertirse en los mejores
productores de su comunidad. Continuando con la tradición de sus ancestros, la
familia seguía con las milenarias técnicas de agricultura para el cultivo de
sus pimpollos. Beneficiados por el clima generoso que aumentaba su producción,
el sol  irradiaba sus brotes, con la
energía necesaria para su buen crecimiento. 
En
plena temporada de cosecha, don Faustino Meza y doña Rosa, vendían sus flores en
la Feria de San Vicente; allí, ponían empeño en la presentación de su selección.
Sus pequeñas hijas, les asistían en la labor. Ataviadas ellas, con coronas de
capullos, sobre sus cabezas, llevaban, unas canastas de paja, cubiertas por
bellos ramos perfumados que ofrecían a los compradores. 
Las
hijas de los floricultores, Marta, de ocho años y Margarita, de seis, eran dos
hermosas campesinas, de piel trigueña y mejillas rosadas, que amaban mucho a
sus padres. Allí, en el campo, rodeadas del perfume de sus flores; las vivaces
niñas, jugaban con los animalitos del valle, en especial, las mariposas
multicolores, que volaban por donde les daba placer,  disfrutando al verlas volar.
Una
tarde, muy cerca del río, las hermanitas se entretenían con sus amigas las
mariposas alrededor de los brotes. De pronto, una de ellas, de color azul
brillante, se acercó volando graciosamente, posando sus patitas, sobre el dedo
índice, que gentilmente Marta ofreció. La pequeña campesina le susurra unas
palabras cerca de su par de antenas. 
–¿Te
escuchan? –preguntó curiosa Margarita.
–Sí,
y ellas me hablan. 
–¡Qué
te dicen?
La
pequeña deseaba en su interior que también le hablaran.
–Ellas
están contentas de vivir con nosotras porque cuidamos de las flores, para que
puedan alimentarse de su néctar.
Las
muchachas bailaron toda la tarde con los pequeños insectos olvidándose del paso
tiempo. De pronto, al escuchar la vos de su padre que las llamaba a tomar el
mate, las niñas se despiden de sus amigas y corren presurosas a la casa. 
–¡Mamá
hizo unos dulces panecillos, mis preferidos, desde aquí puedo olerlas! –corría la
menor levantando su nariz. 
–¡Entonces
corramos más rápido! –apura su hermana.
Ellas
llegaron a la cabaña derribando a su papá que las esperaba en la puerta, Faustino
cayó al piso con ellas; la madre, se asomó al escuchar tanto alboroto, al
verlos, empezó a reír.
–¡Estas
chicas tienen mucha fuerza!–se sorprendió el padre.
–Hijas,
dejen a su papá tranquilo y siéntense a la mesa a comer, pero antes, lávense
las manos –pidió  su madre.
La
casa de los Meza, era una confortable cabaña de adobe y piedra, con una
chimenea a leña, para calentar el hogar durante el invierno. De techos de tejas
rojas, ventanas por donde pasaba la luz del sol; el acogedor hogar, estaba bien
ubicado a los pies del río. Sus aguas bañaban la fértil tierra regando las flores
de su chacra. Ellos eran buenos vecinos, gentiles, pues asistían a los
pobladores de su comunidad. Los foráneos que visitaban su campo, se quedan
maravillados al contemplar sus bellos pimpollos que, invitados por doña Rosa, ingresaban
a la casa a tomar un mate caliente, acompañado de deliciosos panecillos. Abrazados
por las altas montañas que tocaban el cielo, su hogar en el valle, era querido
por ellos.
Ese
año, la producción floral de los Meza, resultó ser todo un éxito. La familia, celebró
en la cabaña, la excelente cosecha, con los viejos vecinos, cantando canciones
tradicionales, al compás de guitarras y violines que animaban la fiesta. 
Semanas
después, al despertar al alba, la familia y sus sobrinos, saboreaban el nutritivo
desayuno que doña Rosa amorosamente les había preparado; los chicos de buen
apetito, también colaboraban en la chacra, puesto que, se necesitaban más manos
para la plantación. La familia de floricultores, contaba, junto a su vivienda,
con un invernadero construido por Faustino, donde protegían sus bellos
pimpollos de las heladas, durante el frío invierno. De techos altos, cubierto con
un resistente material, el lugar, contaba con largas mesas de madera para
colocar plantas ornamentales, un espacio de tierra fértil para el sembrío de las
nuevas semillas y bulbos típicos de la zona. 
Por
la tarde, las hermanitas salieron al campo para visitar a sus amigas las
mariposas, abrigadas desde los pies hasta la cabeza, con chompas de lana,
amplias polleras y medias hasta las rodillas, las niñas corrían a su encuentro.
Al llegar, se sorprendieron al ver, sólo una de ellas que aleteaba cerca de un
árbol, las demás, se habían refugiado entre sus frondosas ramas. La mariposa se
posó sobre el dedo índice de Marta, acercando su oído para escucharla.
–
Hielo y frío se avecinan. Una helada llegará, como nunca antes. Comida
guardarán por muchos días. Conserven a todas las flores posibles, es el mensaje
de la Madre Divina –dijo la colorida alevilla.
Con
aire de preocupación, la niña, miró con preocupación a su hermana menor. 
De
repente, el frío se hizo sentir. Las pequeñas campesinas paradas en medio del
campo se miraron fijamente soplando sus manitas para darse calor.
–¿Qué
te dijeron las mariposas? ¿Por qué me miras así? –preguntó extrañada y ansiosa Margarita.
–Debemos
ir a casa, tengo un mensaje urgente que dar a nuestros papás. Las niñas
corrieron velozmente atravesando el campo. Al llegar a la vivienda, no
encontraron a nadie. Ambas se dirigieron al invernadero, seguro estarían allí.
–¡Mamá,
papá! –gritaron sus hijas.
Nadie
respondió.
–¿Dónde
están? –preguntó la más pequeña. 
Las
muchachas, salieron de allí, dirigiéndose donde la vecina cuatro casas arriba.
Apuraron el paso y corrieron lo más rápido que pudieron. En el camino, se
encontraron al fin con sus padres que regresaban a casa.
–¡Papá,
mamá! –gritaron sus hijas.
Los
padres se sorprendieron al verlas.
–¡Hijas,
qué hacen lejos de casa, hace mucho frío afuera! ¡Vamos a tomar una rica sopa!
¡Démonos prisa! –exclamó su madre animándolas.
Las
hermanas se miraron.
–¡Mamá,
papá!, Marta tiene un mensaje de las mariposas –se apuró a decir Margarita.
Los
padres de la niña al escucharla, se miraron.
–Cuando
lleguemos a casa nos lo cuentan todo. Ahora debemos darnos prisa. 
–¡Pero
es importante, no puedo esperar mamá! –insistió su hija mayor.
–Vamos
niñas, hace mucho frío aquí afuera –intervino don Faustino.
Al
llegar a casa, el padre salió a buscar leña para calentar el hogar.
–Hijas,
pongan la mesa para tomar los alimentos, tu papá y yo, regresaremos enseguida,
iremos al invernadero –ordenó la madre.
–Pero
mamá, tengo algo importante que decirte, tenemos que proteger las flores –volvió
a hablar la niña.
–Eso
estamos haciendo hija, ir al invernadero a cuidarlas del frío que se avecina.
–¡Mamá,
papá! ¡Las mariposas me hablan! ¡Es importante que se los diga ahora! –gritó
Marta.
Los
padres, sorprendidos por el extraño comportamiento de su insistente hija mayor,
se detuvieron a la escucharla.
–Hija,
dinos, ¿qué te dijeron? –preguntó su mamá.
Su
hija, les contó palabra por palabra el mensaje de sus pequeñas amigas, sus
padres, se consternaron al oír lo que decía la niña. ¿Sería cierto lo que la
niña decía? Se preguntó la pareja. La madre las tranquilizó, indicándoles cerrar
las ventanas de la casa, se abrigó y enrumbó hacia el invernadero junto a su
esposo, tenían que resguardarlas, pero, ¿cómo harían con las demás que estaban
a la intemperie? 
Al
día siguiente, doña Rosa fue al almacén a provisionarse de comida como aconsejó
la mariposa; asimismo, fue al mercado a compró bulbos y semillas que pudiera
necesitar. La madre de las niñas, alertó a los vecinos del fuerte temporal que
se avecinaba en toda la zona del valle, pero nadie le escuchaba. “Es un
invierno como muchos otros”, le decían los vecinos. Faustino por su parte,
salió a cortar más madera para abastecer el hogar. 
Luego
de una semana, la temperatura empezó a descender mucho más rápido de lo normal,
formándose escarcha por todos lados, había llegado la helada, era un fenómeno
climático nunca antes visto en el vasto valle. Los pobladores estaban desconcertados.
La familia Meza hizo todo lo necesario e imperioso para proteger su cultivo, cubriéndolas
con techos de plástico para evitar así, perder el total de su producción.
Los
días pasaron y el clima empeoró, doña Rosa compartió su reserva de alimentos,
con los vecinos, pero esta empezó a escasear. Los padres de las niñas, se
sentían preocupados por la situación que atravesaban, en especial por la
comunidad. Una noche, lejos de la vista de sus hijas, la pareja de
floricultores no pudo más, llorando su desgracia. Las nenas que estaban aún
despiertas, escucharon el llanto de sus padres, ellas, entristecidas pero valientes,
salieron a escondidas a encontrase con sus amigas y buscar una solución.
Al
llegar, las dos hermanas, de pie bajo el tupido árbol, llamaron a su colorida amiga;
ella se acercó y posó, esta vez, sobre el dedo de Margarita. La dulce niña sorprendida,
miró a su hermana. 
–La
mariposa tiene algo que decirte, se ha posado sobre tu dedo, ahora la podrás
escuchar –le dice su hermana.
La
menor acercó su oído, escuchando atentamente. Marta oyó también.
–
“La helada por fin cesará, mucha gente de lejos los visitará. Tengan esperanza,
la Madre Divina los protegerá”.
Las
niñas sonrieron de alegría, despidiéndose de su amiga alada que partió volando hacia
su refugio. Las hermanitas, regresaron corriendo a la casa llevando el mensaje
a sus padres; al llegar, irrumpieron en su habitación, que sorprendidos al
verlas, escucharon a su hijita que rápidamente les transmitió la buena noticia.
La noble familia sintió un gran alivio en sus corazones, abrazándose de
alegría, al menos, pronto terminaría la pesadilla. 
Al
día siguiente, mientras la madre de las niñas preparaba los alimentos en la
cocina, vio por la ventana los primeros rayos del sol que iluminaban su campo
de flores. El hielo se derretía. La madre, avisó a Faustino que junto con sus
hijas, salieron a ver sus pimpollos, salvándose solo, las del invernadero y
aquellas cubiertas por los resistentes plásticos. La familia Meza se abrazó
fuertemente, reconfortándose por el fin del duro temporal. 
Unos
días después, mientras los Meza trabajaban en la tierra, escucharon unas voces
detrás de ellos. Eran sus sobrinos y vecinos que venían a celebrar el fin de la
helada. Llegaron con palas, semillas, bulbos, plantas, todo lo que pudiendo
juntar, todo lo necesario para colaborar con ellos.
Las
noticias del auxilio que brindó la familia Meza a sus vecinos, durante la
helada, se esparció por las comunidades aledañas, de alguna manera u otra, las
personas querían recompensarlos por su generosidad. La noticia se extendió aún
más, hasta llegar a la capital, muchos citadinos llevaron tecnología de
avanzada al valle para construir mejores invernaderos, medir la temperatura de
sus suelos, capacitándolos para futuros inviernos. Otros poblados, abastecieron
con alimentos a la familia y su comunidad. 
Los
gentiles floricultores, siempre habían sido generosos con los demás, ahora esa
bondad, les era retribuida, pero en especial, doña Rosa y Faustino, eran
favorecidos por el amor de sus pequeñas hijas, quienes asistidas por sus amigas
las mariposas, les transmitieron el mensaje de la Madre Divina llevándole
noticias de esperanza. 
Con
el paso del tiempo, la comunidad se recuperó y los Meza llegaron a convertirse
en los primeros productores de flores de la provincia más linda de su país.
FIN.
FIN.
Karina Bendezú/ 2016.

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